
DENOMINACIÓN: Plaza vecinal Pinamar Norte
AÑO: 2021
LOCALIZACIÓN: Pinamar Norte, Canelones, Uruguay
MODALIDAD: Autoconstrucción + Jornadas colaborativas
RESPONSABLES DE PROYECTO: Vecinos Pinamar Norte + Colectivo Atmósfera Colaborativa
DISEÑO PARTICIPATIVO: Comunidad Vecinos Pinamar Norte + Atmósfera Colaborativa ( Rafael La Paz, Mariana García, Andrés Manera, Clara Lagariga
FINANCIAMIENTO: Bonos colabodores
PARTICIPACION Y COLABORACION: Ana, Amadeo, Bruno, Alejandro, Valentina, Matías, Colectivo Atmósfera Colaborativa
REGISTRO FOTOGRÁFICO DEL PROCESO: Mariana García
REGISTRO INAGURACIÓN: —-
DIMENSIONES: 500 m2
DESCRIPCIÓN: Construcción de una plaza vecinal en lote a partir de donaciones de equipamientos infantiles que tuvieron que repararse y colaboración de los propios vecinos a partir de compra de bonos colaboración.
Registro del proceso de obra

AFICHES – JORNADAS PARTICIPATIVAS Y COLABORATIVAS
TEXTO
DEL BALDÍO A LA PLAZA
En mayo del 2021, en plena pandemia de COVID-19, un grupo de vecinos de Pinamar Norte, que llevan años luchando para lograr obtener legalmente los derechos de los padrones que vienen ocupando, se comunicaron con nuestro colectivo para llevar adelante un proyecto de construcción de una Plaza vecinal en uno de los padrones ocupados. Uno de los integrantes del colectivo es amigo de unos de los vecinos, vínculo afectivo que motivo el acercamiento entre las partes.
Más allá de ese vínculo afectivo consideramos que era una buena oportunidad para entablar conversaciones de acercamiento a los efectos de evaluar nuestra participación en el sueño de esos integrantes de una pequeña comunidad que buscaban mejorar con sus propias manos las condiciones del barrio que habitan.
Conscientes de que no tenían dinero para pagar honorarios profesionales ni viáticos solicitaron nuestra colaboración a nivel proyectivo. Pedían una serie de dibujos que les ayudara a planificar el proyecto de la plaza.
Tras reunirnos un par de veces con ellos entendimos el escenario en que los vecinos querían y podían llevar adelante el proyecto: no querían gestionar ninguna colaboración con organismos departamentales ni nacionales, no querían que el proyecto se transforme en algo político partidario, incluso tenían una desconfianza hacía la posible participación de actores de las facultades. La acción política que deseaban era la de ellos mismos haciendo las cosas. Por otro lado, era notorio que la evocación a la fuerza colectiva y colaborativa del barrio era más un deseo, de ese pequeño grupo de cinco vecinos, y que no necesariamente se correspondía con la actitud del resto de los vecinos del barrio.
En cuanto a la economía no contaban con ningún capital, lo que nos terminaba de definir el escenario en el cual nos estaban invitando a participar: un sueño, desorganizado y frágil, que tenía pocas posibilidades de concretarse. Los antecedentes, que ellos mismos nos contaban, no era alentador: varias veces en los diez años de ocupación que llevan habían intentado materializar la plaza vecinal y no habían podido.
Decidimos involucrarnos, pero entendimos que en esas condiciones no era efectivo desarrollar un proyecto, dibujar ideas para entregar a una comunidad que no tendría ni la economía ni la fuerza que se necesita para decantar los proyectos en el plano de la realidad. Por un lado, decidimos trabajar honorariamente. Y por otro, sumarnos a colaborar en la gestión y concreción de cada etapa. Les propusimos diseñar y construir conjuntamente el sueño.
Siguiendo las opiniones del arquitecto colaborativo alemán, Markus Miessen, sabíamos que los sueños de construcción colectiva se transforman durante el proceso en pesadillas colectivas, y que luego esas pesadillas, si se logra atravesarlas, deriva en un sueño materializado. Entendíamos que valía la pena. Si las cosas iban bien el premio sería ver un baldío transformado en una plaza vecinal autoconstruida, donde niños y adultos de todas las edades, disfrutarían de sus equipamientos.
Como colectivo de arquitectos arriesgamos un poco más y propusimos que inclusive en esas condiciones podríamos logar construir una plaza vecinal de buena calidad constructiva con diseños de equipamientos que fuesen más allá de los equipamientos convencionales. Les propusimos construir una plaza que se nutra de avanzada que hay a nivel mundial en cuanto a diseños de espacios públicos. Buscábamos materializar un territorio lúdico, dinámico y fluido, para disfrute de todas las edades.
Los territorios baldíos nunca están vacios de datos y estos pueden ser utilizados a favor del futuro proyecto. En este caso había construido un contrapiso de unos 12×7 metros. Una ruina de 84m2 que hablaba de qué en ese padrón algún vecino en algún momento intentó construir su casa. Según nos comentaron, luego de varias idas y vueltas, al final el deseo colectivo de tener una plaza se superpuso logrando que el vecino termine entregando el padrón para el bien común y saliendo a buscar otro padrón donde construir su refugio. Visualizamos la primera intervención: transformar esos 84 m2 de hormigón en un equipamiento que pueda ser utilizado por varias generaciones. Cancha de basquet de un solo aro, en los lados cortos del rectángulo construir rampas de skate y en uno de los ángulos adosar equipamientos para definir una zona infantil. Por último pintar una geometría discreta, provocativa, que indicaría que esos 84 m2 serían un territorio de convivencia intensa.
Si bien no se contaba con una economía para llevar adelante las obras, basto posicionarse en el territorio, hacerse visible y hacer visible la intención, para que los vecinos empiecen a acercarse a ofrecer donaciones de equipamientos infantiles que tenían en sus casas. La mayoría, sino todos, en mal estado, oxidados, rotos o deteriorados. Pero otros vecinos ofrecían sus habilidades y herramientas para recuperarlos. Una pequeña colaboración económica de otros vecinos daba el dinero para comprar algún material necesario. La plaza se empezó a llenar lentamente de esos equipamientos recuperados. Hamacas, toboganes, subibajas y calesitas que estaban olvidados, en estados ruinosos, abandonados como residuos en los galpones, fondos y jardines de la casas del barrio, ahora eran parte vital de una plaza que empezaba a mostrarse como tal. Los niños y adolescentes no tardaron en darle vida. En las tardes del barrio la plaza empezó a convocar las diferentes generaciones.
Tres estrategias se pusieron en marcha: realización de afiches anunciando jornadas colectivas buscando que más vecinos se involucren en la construcción de la plaza, bonos colaboradores que se ofrecían para recaudar fondos mínimos para la compra de materiales y recorridas por las barracas cercanas solicitando que colaboren con donaciones de materiales.
Siete meses han pasado desde aquel comienzo en mayo y se fueron poniendo en evidencia algunas cuestiones que nos demostraban que si bien habíamos logrado activar la plaza, transformar un baldío en una plaza vecinal que muchos niños y adolescentes, e incluso los mayores del barrio, usaban y disfrutaban, era tiempo de una autocrítica. En todos esos meses no se había logrado algunos de los principales cometidos iníciales. El grupo de vecinos involucrados en la participación no había crecido sino lo contario, la mayoría de las veces no superaban dos o tres personas. Los vecinos tenían palabras de aliento para los que estábamos trabajando en la construcción de la plaza pero no disponían de su tiempo libre para participar de la misma. A otros les salía fácilmente donar al bien común el equipamiento ruinoso que tenían en sus casas pero tampoco disponían de tiempo para ir a trabajar en la plaza.
Tampoco pudimos trascender la idea de la plaza convencional que en siete meses no paro de acumular equipamientos monofuncionales. El territorio lúdico, la zona de juego, a la fecha no ha podido concretarse del todo.
Un mojón importante fue el diseño de la «gran hamaca barco» construida con pallets y cuerdas marineras, colgada entre los árboles. Vertiginosamente se hamaca, grupos de niños y adolescentes frenéticos se suben y buscan el equilibrio mientras otros no paran de empujarla. Una marea de cuerpos entremezclados, alegres y eufóricos, se abren a una aventura desmesurada que solo la entienden quienes se suben a ella. Tres veces se ha roto, tres veces se han diseñado soluciones estructurales que den con la solución a esa demanda enérgica que parece querer probar los límites de la gravedad.
Finalizamos la primera etapa con la promesa de volver a juntar fuerza, de volver a la sociedad de las fuerzas colectivas de la comunidad con la de nuestro colectivo.
Los vecinos más involucrados aprenden mes a mes que una plaza autoconstruida no solo demanda la fuerza necesaria para poder construirla, sino que también comienza una demanda mayor: automantenerla, mantenerla en buen estado solo con la participación de ellos.
Cómo colectivo que le interesa participar en este tipo de procesos también estamos atento a cómo se van desarrollando las cosas. Hemos ido registrando el estado de la plaza a medida que pasa el tiempo y los horarios en que se usa. Hemos ido observando cómo el grupo de vecinos se desenvuelve en seguir agregando equipamientos y manteniéndolos. Una duda amenaza el futuro de la plaza vecinal: si los pocos vecinos que se han involucrado dejan de mantenerla, en poco tiempo la plaza se volverá a transformar en un baldío. Un baldío que para colmo estaría cargado de equipamientos ruinosos. Lo que antes estaba abandonado en los espacios privados ahora corre el peligro de volverse basura urbana en el espacio público.
Pero otra realidad posible también está en el horizonte cercano, la de que volvamos a juntar fuerzas para continuar apostando que podemos ir por aquello que todavía no logramos, hacer de una plaza autoconstruida un territorio lúdico de avanzada.
En una de las jornadas un vecino filosofó sobre el tiempo: «el tiempo es lo único que tenemos». El tiempo dirá que será de la plaza. Por ahora la alegría de haber logrado colaborar en transformar un baldío en una plaza que desborda de niños y adolescentes.
